Le pagan 70 mil semanales por cuidar un letrero que invita a mirar el otro lado de Chile. Y para hacerlo Rubén Araya decidió que lo más práctico era irse a vivir al otro lado de ese aviso, en una suerte de pajarera a 16 metros de altura. Ya lleva dos años en eso y su mujer dice que ha cambiado mucho, que se ha puesto medio místico y toma mucho más que antes. A veces piensa en volver a tierra. Pero en ese encierro allá arriba se siente más libre que deslomándose en cualquier otro trabajo.
Por Macarena Gallo - Foto Alejandro Olivares.
Rubén Araya está arriba de un cartel caminero enorme, de más 16 metros de alto, desde donde se
de disfruta de una vista impresionante. Abajo corre el río Mapocho, turbio y torrentoso, gracias a los deshielos de primavera. En la otra ribera está la Costanera y los autos no paran un segundo de
pasar, acortando camino entre el sector alto de Santiago y la playa o el aeropuerto. El aviso está sobre el Parque de los Reyes y cuando no hay contaminación, la cordillera se ve enorme.
Hoy es sábado y hace calor. Rubén, de 42 años, acaba de almorzar y huele a vino. Pese a eso, camina a paso firme por la rampa metálica del aviso, con la tranquilidad del que anda por su casa. Tiene que revisar si está todo bien, es decir, que ninguno de los cinco focos del letrero esté quebrado y que no se hayan robado los fierros que los sostienen. El chequeo no le quita más de cinco minutos. Después de eso puede decirse que terminó de trabajar.
Rubén se rasca la guata y va tenderse a su cama. Cruza por un estrecho pasillo y llega a su casa, en la parte de atrás del cartel. El letrero dice “Mira el lado Coca Cola de Chile”. Rubén vive en el otro
lado de ese mensaje, en una casucha de un metro por dos. Hace un rato su esposa y sus hijos estuvieron ahí arriba almorzando y viendo tele. Ahora está solo. Bebe vino con Coca Cola.
-¡El jotecito es rico! -dice, como si estuviera en un aviso. “Me encanta”.
Desde abajo, la casa de Rubén se ve como una pajarera। De hecho, los vecinos de los campamentos aledaños, le dicen “el hombre pájaro”. Es de esos vecinos que Rubén cuida el cartel, día y noche. Lo cuida para que puedan leerlo, de reojo, los que van por la Costanera y se saltan esa parte gris de Santiago sin siquiera mirarla.
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